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Ilustración infantil. Jugando en la playa.

Estoy rescatando algunos trabajos antiguos en todo el maremagnum que tenía de imágenes desordenadas y esta es una de las que más satisfecho estoy. Se me ocurrió en la sala de espera del aeropuerto de Barajas. Para matar el tiempo siempre llevo un bloc para garabatear y este dibujo salió casi del tirón. Recordé mi niñez en la playa junto a mis hermanos. Nos encantaba hurgar entre las rocas y meter las manos en los agujeros que quedaban expuestos a la bajamar. Más de una vez nos gastábamos bromas con que algún monstruo podía habernos atrapado los dedos. Por suerte no fue así, aunque nos llevamos alguna mordedura de algún cangrejo y más de una picadura de anémona. Incluso una vez un pez escorpión me dejó la mano hinchada una buena temporada. Pero eso es otra historia que seguro que me da para otra ilustración.

Relato corto: "Historias de un mar lejano".

Este relato corto lo escribí hace unos años y lo tenía por ahí perdido. Como quedé bastante contento con la redacción, he querido compartirlo en este espacio.

Dibujar y pintar es mi primera, segunda o tercera pasión (depende del día...), pero escribir también "me pone", aunque esto ya no se me dé igual de bien!.

"- ¿Por qué coño vuelves siempre la cabeza hacia el espigón?. Esa fue la pregunta que me hizo Diego aquella mañana de Marzo. No sé si fue la helada que había o la brusquedad con que surgió de su garganta, pero me sobrevino un escalofrío.

Nos habíamos puesto el neopreno en silencio. Como siempre desde hacía un par de años que llevábamos saliendo a pescar juntos. No teníamos que decirnos nada. Cada uno sabía lo que tenía que hacer para no molestar al otro. Una vez que fuese pasando la jornada, ya tendríamos tiempo de comentarla y al volver a puerto, podríamos hablar de nuestros problemas. Era como una catarsis después de una semana de duro trabajo.

Por eso me sorprendió su pregunta.

La verdad es que tardé en contestarle. Tenía que poner en orden mis recuerdos. Y no era fácil. Volvió a insistir. Si a Diego se le metía algo en la cabeza, no había quién se lo sacase. Así era pescando. Tenaz y duro.- ¿Qué pasa tío?, ¿estás sordo?.

No – le contesté.- Es por ella.

¡Tú estás “chinao”, chaval!. Allí no había nadie.- Ya habíamos puesto proa hacia el faro de Torres.

Me gusta pensar que sigue allí. Quieta, mirando al mar.- Había vuelto otra vez la cabeza hacia el espigón. Ya quedaba más lejos y las luces que bordeaban la línea de costa parecían pequeños puntitos brillantes suspendidos entre la bruma.

No me dijo nada. Estaba callado. Esperando a que continuase. Eso me gusta de Diego. Es un tipo recio, a veces algo brusco, pero sabe escuchar y yo considero que es una gran forma de respetar al otro.

Continué. – Ya la había visto otras veces. Aunque sin reparar mucho en ella. Siempre estaba allí, mirando hacia la lejanía. Al horizonte. Así la encontré a lo largo de un año. En el 99.

Me reí.- Si recuerdas, de aquella echaba la lancha con mi hermano. Que estaba loco y siempre aparecía cantando y pegando voces. Hasta las gaviotas se elevaban más alto cuando él aparecía por el muro. Pero ella nunca se inmutó. Seguía mirando al mar. Y, la verdad, bastante tenía con aguantar las burlas de mi querido hermano como para haberme fijado en ella. Además, como casi no se movía, llegó a parecerme parte del paisaje urbano.

Ya estábamos llegando al Tranqueru, muy cerca de Perlora. El sol comenzaba a levantarse a nuestra espalda y las primeras luces prometían un día caluroso. El mar estaba con un “golpe”, pero la lancha de Diego navegaba con soltura rumbo a Peñas.

- De aquella yo empezaba en esto. Y no me perdía salida de pesca. Lloviese o nevase, me tiraba al agua. Tenía una ilusión bárbara. Y ahora que la recuerdo, ella tampoco faltaba a la cita. No fallaba, tío. Siempre que salía a pescar, ella estaba allí. ¡Y mira que me levantaba temprano!. – No me di cuenta. Pero no estaba mirando a Diego mientras recordaba. Estaba lanzado. Nunca había hablado de ella con nadie.

- Fue en el pesaje del Campeonato de Asturias cuando hablé con ella. Aquel día había un bochorno tremendo. Todo el mundo buscaba la sombra. Todos menos ella… bueno, y un par de chiquillos que no paraban de corretear entre las lanchas.

Volví a mirar hacia mi espalda. El faro de torres ya casi había desaparecido entre la bruma de la mañana. Se estaba levantando un poco de niebla.

- Fue cuando verdaderamente reparé en ella. Su aspecto era juvenil. Un poco descuidado, pero eso le daba un toque informal. Tenía el pelo negro y con un moño que parecía haber sido hecho deprisa, y del que salían mechones rebeldes que se movían con la brisa. Estaba de espaldas al pesaje. Mirando al mar. Y eso me permitió observarla con detenimiento. Era tan alta como yo.

Diego se sonrió con burla. -Bueno, ya sé que no soy muy alto. ¡Pero metro setenta está muy bien para una chica.!

Asintió y me animé a seguir. – Pues me armé de valor, respiré profundamente y me dirigí hacia ella. No recuerdo bien como le entré. Probablemente le hablé del tiempo, para romper la distancia, ya sabes. Cuando se giró hacia mi, me pareció el ser más bello que haya visto nunca. Tenía la tez morena, pero no de tomar el sol. De esas pieles aceitunadas de las que ya te he dicho que me vuelven loco.

Ahora Diego solo me miraba. – Y los ojos… Dios. Eran azules, casi grises. Con una pupila negra como el azabache. Pero lo que me llamó la atención era que no brillaban. Parecía como si tuvieran un fino velo que no permitía el reflejo de los rayos de sol. Eran preciosos, pero, a la vez, muy inquietantes.

Los ojos… Diego los tiene muy pequeños. Cuando se ríe, parecen dos puñaladas en un tomate. Pero entonces los tenía muy abiertos.

- Como ella sólo me miraba, le pregunté si le gustaba la pesca submarina. Pero, más que nada, por tratar de mantenerla un poco más a mi lado. Pero, entonces, me provocó un vértigo terrible. Parecía que me estaba traspasando... o mirando a través mío, no sé. Y además no me contestó, lo que aumentaba mi confusión. No me miraba con odio, pero sentí que aquella chica tenía una infinita tristeza.

Desde otra lancha nos saludaron al pasar. Devolvimos el saludo levantando el brazo. Es la costumbre en el mar. La Herbosa ya se veía más cerca. Imponente, en medio del mar. Siempre me ha dado miedo esa piedra. Y eso que la llevo pescando desde hace tiempo. Debe ser porque me recuerda las historias que me contaba mi abuelo de pequeño. Historias de miedo. De la peña de “irás y no volverás”. Historias de mar fuerte y de guerra entre hermanos.

Rompí el silencio otra vez. – Después de unos instantes, ella me contestó. Su voz fue un alivio a la tensión que me habían provocado sus ojos. Era una voz tranquila, dulce, aterciopelada. Joder, todavía me pareció más atractiva, si cabe.

- “No”, me dijo. Y tío, yo, de contemplarla, ya no sabía qué carajo de pregunta le había hecho. Creo que se dio cuenta, porque sonrió ligeramente. “No me gusta la pesca submarina”, me dijo. Hablaba con mucha calma, como si ya fuera una mujer madura.

Estaba rolando a gallego y Diego miró ahora a lo lejos.

- “Pero me ayuda a recordar”. La miraba embobado. Nos sentamos en el muro, de espaldas al mar. Me habló de su novio y de su pasión por la pesca submarina. Me habló de su tiempo con él y me dijo que había muerto por su obsesión al mar. Habían hecho planes, como todas las parejas que se quieren. Pensaban casarse al terminar ella los estudios. Y hacer un viaje a Malta, al Mediterráneo. Él quería ver el azul y murió en nuestro mar gris, buscándose a sí mismo en las profundidades. Y ella iba cada mañana al espigón, a recordarle y a intentar comprender por qué él quiso más al mar que a ella. No supe qué decirle. Me quedé quieto, contemplándola. Como ella contemplaba al mar.

Ahora ya no sabía si Diego me estaba atendiendo. Tenía la vista baja, fijada en el agua. Estaba como a él le gusta. “Amarillina, amarillina y con un golpín”, me suele decir, “así ye como mejor se pesca”.

- No dijo nada más. Se bajó del muro, volvió a mirar al mar y, antes de marcharse, me acarició la mejilla. A unos pocos pasos, se giró y me dijo: “Se llamaba Tomás”. Yo me quedé quieto, mirando todavía hacia donde ella había desaparecido.

Me acomodé en la lancha. Diego había parado el motor y yo no me había dado cuenta. Volvimos a quedarnos en silencio. Y, tras unos instantes, empezamos con el ritual para echarnos al agua.

No fue nuestro mejor día de pesca. Y tampoco hablamos mucho al recoger los bártulos y vestirnos.

En el trayecto en coche hasta casa, me di cuenta. Supe por qué siempre le he tenido miedo a la Herbosa. Mi abuelo me contaba historias de mar fuerte y de guerra entre hermanos. Y sus ojos tristes, eran los de ella."


P.D.: Diego es una persona real (fue un muy buen amigo mientras duró). Mi hermano Mario también es real (un abrazo, bródel). Tomás es inventado, aunque tuve un grandísimo amigo q.e.p.d. que se llamaba así. La chica solo está en mi imaginación. El trayecto es real e impresiona visto desde el mar.

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